Primeros rayos del sol, dos soldados jóvenes:
Bachir y Ahmed, sus mochilas sobre la espalda y sus fusiles sobre el hombro,
llegan a una tienda de color arena para cumplir su turno de guardia. Bachir
lleva colgados unos binoculares del cuello. De esta tienda salen dos soldados
más, Kader y Ali, van con sus mochillas a la espalda y sus fusiles al hombro y
es Ali quien lleva unos binoculares colgados de su cuello.
Bachir y Ahmed: (A una vez y saludando con las manos.) ¡Salam, amigos! (Se
presentan entre ellos, según costumbre.)
Ahmed: ¿Qué tal fue la noche?
Ali: Tranquila.
Kader: ¿Cómo tranquila? No hemos pegado ojo
ni siquiera un minuto y
dices que tranquila…. No hemos podido
encender la luz, ni escuchar música y los binoculares no servían para nada en
la oscuridad, sin luz ni luna llena…Y todos esos ruidos. (Pausa.)¡No se
puede decir que una noche así sea “tranquila”, hombre!
Ali: ¡Su reacción es
muy normal! Es la primera noche que pasa vigilando la frontera.
Ahmed: Igual le pasa a Bachir, aunque él
tiene más suerte porque empieza su función de día. Han llegado muchos nuevos
esta semana al cuartel. El sargento ordenó que todo antiguo soldado acompañara
a uno de los nuevos. (Deja su mochila dentro de la tienda casi tirándola y
sigue preguntando.)
¿Hubo algo especial esta noche?
Ali: No, nada particular. Los clásicos. (Empieza
a andar empujando a Kader para que se mueva.) ¡Bueno! Os dejamos chicos,
que me caigo de cansancio y de sueño. Date prisa, Kader, nos espera un buen
trozo de camino antes de llegar a la patrulla para que nos lleven con ellos al
cuartel.
(Kader y Ali se van a paso rápido y
desaparecen al bajar la
colina. Quedan los dos recién llegados.)
Bachir:
¿Que quería decir Ali con eso de “los clásicos”?
Ahmed: Ponte la mochila dentro, Bachir. Dame
los binoculares y te doy tu primera lección. (Se detiene, erguido y con los
pies bien separados. Coloca los binoculares frente a sus ojos y empieza a mirar
en todas las direcciones moviendo la cabeza. De repente, para su mirada ligeramente a
la derecha y en la parte más baja de la colina.)
Bachir: (Bachir se acerca curioso.) ¿Ves
algo que debamos señalar por radio a la patrulla?
Ahmed: No Bachir. Son solo africanos
clandestinos de los países del Sahel. Acaban de apañar algo para que no los
veamos y se han colocado frente a los rayos del sol. Ahora están justo detrás
de aquellos pequeños árboles. Sudarán la gota negra todo el día antes de
moverse esta noche hacia el país vecino.
Bachir: Voy a buscar la radio para avisar al sargento.
Ahmed: ¡Que no, que no! (Sonriendo.)No
avisaremos a nadie de eso. Nosotros, los guardias de frontera, jamás lo hacemos,
de común acuerdo con nuestros jefes.
Bachir: ¿Y por qué?
Ahmed: Porque no representan
ningún peligro para nuestro país. Solo están de paso y a ninguno de ellos les
interesa quedarse aquí. Los dejamos irse como regalo de vecindad. (Sonrisa.)
Bachir: Pero esos pobres van a
sudar bajo su fortuito abrigo y con este bochorno.
Ahmed: Han sudado cruzando el
desierto antes de llegar aquí. Sudarán todo el día y además sufrirán hambre y
enfermedades. Estas personas saben que es el precio que deben pagar por
perseguir un sueño que se cumplirá para unos pocos y que acabará en fracaso
para muchos. (Silencio. Luego añade con lástima.) Cuando uno o más mueren dentro de su escondite, los sobrevivientes
los entierran antes de irse y les ponen una cruz o un trozo de tela según su religión
para evidenciar quién y cuántos han sido enterrados allí.
Bachir: ¡Muy triste!
Ahmed: Lo más triste es cuando
vemos cuervos o buitres sobrevolar un lugar porque entonces no es difícil
adivinar que hay un cadáver allí debajo… Pero está prohibido moverse de aquí.
Bachir: Prohibido moverse de
aquí, lo entiendo, porque son ordenes y las órdenes no se discuten. Pero…
Ahmed: Te habituarás a todo eso
con el tiempo. Ten y ve tu mismo y dime si ahora hay algo anormal.
(Bachir hace su guardia imitando
la postura que mantenía Ahmed poco antes. Mira hacia toda dirección, sobre todo
hacia el oeste y en silencio.)
Ahmed: ¿Qué ves?
Bachir: Hay solo burros que cargan algo parecido a bidones.
Ahmed: ¿Cuántos burros?
Bachir: Van dos juntos y otro les sigue a bastante distancia y me parece
que cojea.
Ahmed: Llevan gasolina… Y se la
venden a nuestros vecinos. Aquí, muchos jóvenes viven de eso y se les deja
hacer. En general no acompañan a sus burros, que conocen de memoria el camino.
Déjame ver un poco de qué se trata.
(Bachir le tiende los binoculares y, con mucha
curiosidad espera sus comentarios de antiguo experimentado.) Tienes razón. Hay solo tres,
pero seguro que dos o tres más ya han pasado antes.
Bachir: Hablaste de darme una primera lección, entonces, ¿por qué no me
dices de una vez quiénes son los que pasean por la “avenida” frontera abajo?
Ahmed: ¡Vale, vale!, un poco de
paciencia, amigo. Acércate a la sombra de la tienda, el día será largo y el sol
no nos perdona tampoco a nosotros. Tienes que evitar una insolación en tu
primera guardia en la frontera.
(Se sientan casi espalda contra
espalda para poder seguir ambos vigilando.)
Bachir: Te escucho…
Ahmed: Para empezar, nos
sentamos porque a esta hora, aparte de los inmigrantes que se esconden y de los
burros que tú mismo has visto, no habrá nada particular hasta mediodía. Sin
embargo, abre los ojos.
(Dándose importancia y siguiendo con su
discurso.)
Desde aquí se pueden ver
ladrones profesionales de camellos, los cuales son vendidos mediante una red
bien organizada en el país vecino.
Bachir: ¿Cómo consiguen pasar
una manada entera de camellos?
Ahmed: Los hombres se disfrazan
de nómadas y esperan a que caiga la noche; a veces, sin embargo, lo organizan
al mediodía…Y jamás acompañan a la manada.
También hay contrabando de
medicamentos, de telas y de alimentos, o se trata de gente del país vecino que
busca trufas y que traspasa la frontera.
Bachir: ¿Cómo… trufas?
Ahmed: Sí, trufas, sobre todo en
otoño. En esos casos damos parte del asunto y los responsables de ambos países
lo arreglan directamente.
Bachir: ¡Bueno, bueno; muy interesante! (Pausa.) Suceden aquí
incidentes muy variados, como en todas las fronteras del mundo, pero espero que
jamás haya guerra...
(Ambos se levantan, se ponen la gorra para
protegerse del sol y, en silencio, andan de un lado a otro mirando hacia esa
línea ficticia que separa ambos países. Uno con su mirada y el otro mediante
los binoculares. A las seis de la tarde vendrán a sustituirles otros dos
soldados….)
Rkia Okmenni
Rabat,18 de
noviembre de 2013
Escena teatral inspirada en “Pic-nic” de
Fernando Arrabal y en Cartas de amor” de Luis Alonso de Santos.